martes, 6 de julio de 2010

1, 2, 3 ... ¡el Héroe inglés!

Estimados bloggers,

Hoy quiero contaros tres historias que merecen ser contadas y recordadas por todos. Superación, deber y valor son tres adjetivos que calificarían muy bien a todas ellas, pero hay una todavía mejor: heroísmo. Estos tres señores, como muchos otros, fueron y son tres héroes, personas que comprometieron su vida para salvar la de otros, por el progreso, el asombro y la supervivencia de todos. Muchos de vosotros creeréis que me estoy dejando llevar por una corriente de literatura, un sentimentalismo romántico propio de mis veinte primaveras, pero espero que tras haber leído detenidamente esta entrada, comprendáis que estas historias se merecen un preludio muchísimo mejor que este, quizás un poema o una canción (que por cierto, nuestro segundo protagonista tiene). Por supuesto, si alguien quiere atajar, no detenerse en el umbral y poner el pie al otro lado sin mirar, os dejo los nombres de los protagonistas (¡ay! Cuánto mal ha hecho la wikipedia a la curiosidad… y cuanto bien). Nuestros tres héroes de hoy son George Herbert Leigh Mallory, Lawrence Edward Grace Oates y David Charles Purley. ¡Atajad!


¡Qué decir de George Mallory que no sepáis! Pues George nació el 18 de junio en una pequeña localidad inglesa, en el año 1886. Mallory creció como todo hijo de vecino, en un internado, naturalmente. A los catorce años ganó una beca para estudiar matemáticas, dando sus primeros pasos en esto de la escalada (por si alguien no lo sabe, George Mallory ha sido uno de los mejores alpinistas de la historia), yendo con su profesor Graham Irving a Gales (Offa’s Dique y esas cosas). Unos años más tarde fue admitido en Cambridge, y allí hizo lo que hicieron todos y haría cualquier estudiante: fundar sociedades intelectuales, hacerse popular, participar en regatas y cimentar su fama en hazañas propias. Las universidades son excelentes centros de competición (cuantas veces no habremos maldecido al ver al que se sienta delante tuya sacar más nota que tú). Cambridge le dejó un buen currículum a George Mallory, tan bueno que conoció a John Maynard Keynes (no abráis pestaña que ya os lo digo yo, ha sido uno de los grandes economistas de la historia y probablemente el más importante junto con John Nash del siglo XX) entre otras grandes personalidades.

Mallory se hizo profesor, tuvo en una de sus clases a Robert Graves (el autor de Yo, Claudio) y posteriormente fue padrino de su boda, introduciéndole pues, en esto de escalar montañas. Claro que no todo fueron libros y montañas, Mallory se casó y fue a la Gran Guerra, luchando en el frente occidental (a quién no le gustaría saber cuál fue la reacción de Mallory el día de Navidad de 1914), licenciándose como teniente en 1919. En los próximos cinco años, Mallory no perdió el tiempo y formó su familia, con dos hijas y un hijo; fue padre con 29 años (para que luego digan). En 1920 no sólo tuvo una alegría, el nacimiento de su primogénito varón, sino dos, siendo la otra alegría la ascensión completa del Mont Blanc (el hasta hace poco monte más alto de Europa con sus 4.645 metros, ahora es el Elbrus de 5.642 metros, opinad). Pero si vamos a rememorar las hazañas de este héroe del alpinismo, vamos a hacerlo bien. Antes de 1920, Mallory ya había escalado cumbres en Gran Bretaña, las más altas, creando nuevas vías o rutas de ascensión que aún hoy día se mantienen activas. Con 34 años pues, George Mallory había puesto su pie en las cumbres más altas y peligrosas de Europa, siendo un reconocido alpinista internacional.

Pero Mallory no se detendría ahí, su ambición le empujaba al siguiente escalón. ¿A que lo adivináis? Pues aunque parezca extraño, nadie lo sabía ni podía saberlo entonces, pues en 1920, el mundo era europeo, europeo cerrado y poco se sabía del místico Himalaya excepto que Alejandro Magno estuvo allí y estaba en las lindes del dominio británico. Así pues, los británicos encabezaron las ascensiones del Everest en 1921. Se les denegó la entrada a Nepal, así que la expedición hubo de dar un enorme rodeo, pasando por Tíbet (unos años antes que Heinrich Harrer o el Brad Pitt de Siete Años en el Tíbet); la ruta que siguieron fue la de la Cara Norte del Everest (esta es una senda plagada de glaciares y caídas). El primer inconveniente, amén de las malas compañías, fue el de la muerte del único montañero que había visto antes el techo del mundo, por lo que todos confiaron en el juicio de Mallory para encontrar el objetivo. Una vez en la montaña, se toparon con el glaciar del Rongbuk, así que dieron marcha atrás, no sin antes descubrir Mallory la ruta de acceso (estaban a poco más de siete mil metros). Al año siguiente volvieron a la madre del universo, alcanzando los ocho mil metros por primera vez en la historia; en el descenso, George Mallory se hizo cargo de un compañero que sufría el mal de altura (quien vea o haya visto Desafío Extremo con Jesús Calleja sabrá lo que es, si no, wikipedia y youtube os darán la solución a vuestros problemas), salvándole la vida. Pero eso no es todo, el récord de Mallory fue rebasado, ¿por quién? Por el propio jefe de la expedición, llegando a los 8.300 metros. Mallory dijo: ¿sí, no? (palabras no textuales) y volvió a subir el día próximo, con tan mala suerte que hubo un alud que sepultó a ocho sherpas; Mallory reconoció su responsabilidad y excavó en la nieve hasta encontrar al único superviviente.

En dos años, el Everest había matado a ocho personas, y daba el aviso. Las primeras ascensiones debieron ser formidables, una montaña virgen, sin huellas (salvo de cabras y yetis), sin campañas publicitarias, sin cadáveres a la vista. El Everest había desafiado a los británicos y ello no era tolerable. Dos años más de preparación y en 1924, entre gran revuelo periodístico (en cierta entrevista neoyorquina, Mallory explotó ante la insistente pregunta ¿por qué el Everest? Al fin y al cabo era una montaña salvaje, extranjera y despreciable, la respuesta fue contundente “Porque está ahí”), Mallory se dirigió al Everest, or you or me. Alea Iacta Est, como dijera César (probablemente en griego) y que Mallory reprodujo en una de sus anotaciones (en inglés).

La expedición de 1924 comenzó ciertamente mal, una tormenta atrapó a cuatro sherpas y tras cuatro días, Mallory subió a buscarlos (junto con Norton y Somervell, los otros grandes escaladores de la expedición)… ¡en medio de la tormenta! Eran otros tiempos. Agotados por el esfuerzo, los tres bajaron con los cuatro enfermos sherpas. Los sherpas son personas extraordinarias, viven en la montaña, austeras y calladas, muy religiosas, consideran a la montaña como algo vivo y profesan un profundo respeto por ella, especialmente por “la madre del universo”, tanto es así que muchos se niegan a escalar, ¿por qué lo hacen? Tienen que comer; en estas circunstancias, los británicos tuvieron que sermonear a sus ayudantes para que no se marchasen, apodándoles tigres y escogiendo a quince elegidos para dos ascensiones programadas a la cumbre. Mallory y Bruce probaron suerte junto con nueve tigres; a más de 8.000 metros, Mallory quedó solo ante la montaña y hubo de volver con los últimos tres sherpas que ya le habían dado la espalda. Era el turno de Norton y Somervell; Norton llegó en solitario a los 8.573 metros. Llegamos al último tramo del primer relato. Mallory no se da por vencido, está dispuesto a dar la vida por el Imperio Británico, y junto a él se destaca Andrew Irvine (de 22 años), no muy ducho en alpinismo pero un gran conocedor del secreto del oxígeno. El día 6 de junio se ponen en marcha; en los 8.170 metros despiden a sus sherpas. El día 8 de junio, a las 12.50 del mediodía, se les ve por última vez subiendo por la arista, con un equipo de oxígeno de casi 15 kg, a 8.575 metros. Poco después del último vistazo se produjo una tormenta de nieve, breve. No se volvió a saber de ellos… hasta 1999. Una expedición fue mandada en busca de sus cuerpos, se encontró el de Mallory a unos 8.500 metros (sin cámara de fotos, ni la fotografía de su mujer, sin gafas de sol y con el altímetro roto). Son muchos los testimonios de alpinistas que han visto sus cadáveres y muchos los que creen que Mallory fue el primer hombre en alcanzar la cima del mundo, pero hay otros muchos que no comparten esta opinión.

Edmund Hillary y Tenzing Norgay (quien ya había estado a 8.000 metros en el Everest en cuatro expediciones anteriores) alcanzaron la cima del Everest el día de la coronación de Isabel II, a las 11.30 de la mañana del 29 de mayo de 1953. En 1980, Reinhold Messner escalaba en solitario y sin oxígeno el Everest. Posteriormente se ha esquiado, aterrizado en helicóptero y muchas otras barbaridades. Lo cierto es que han sido pocos los que han intentado la hazaña de Mallory, tal cual y menos aún los que lo han conseguido. Muchos recordaréis aquel capítulo de Los Simpsons en que Homer escala el Matacuerno, tiene gracia. George Mallory se convirtió en un héroe, el impacto mediático fue tan grande que no se volvió a pisar el Everest en nueve años (se intentó dejar la bandera británica en avión en 1933, pero no se consiguió); Mallory pasó a la historia como una leyenda, un ejemplo a seguir, los alpinistas que encontraron el cuerpo de su héroe no podían dejar de repetir su nombre viendo el cuerpo del inglés boca abajo en la roca. Es sin duda, una de las hazañas de la historia del hombre, un ejemplo de superación, de caballerosidad, de humanidad y de valor. Juan Oiarzabal dijo hace poco que esto se había perdido, tras la muerte en vida de Tolo Calafat en el Annapurna (quedó aislado a 7.700 metros, sin que los sherpas de la coreana que coronó los 14 ochomiles quisieran ayudarle ni siquiera por 6.000 euros) y es algo que se confirmó cuatro años antes, cuando David Sharp, en el propio Everest, desfallecía a unos metros de la cima, con los pies congelados, ante la mirada de TREINTA alpinistas, de los cuales sólo uno se interesó por él (llamó al campo base y recibió órdenes de dejarlo al amparo de su expedición… Sharp iba solo).


En cuanto a Lawrence Oates, es una historia que llegó a mí a través de Víctor García, vocalista del grupo de heavy metal Warcry (El sello de los tiempos, Capitán Lawrence). Lawrence Oates había nacido en Inglaterra en 1880, se había educado en un prestigioso colegio (el Eton College) y había luchado en 1899 en África, durante la Guerra de los Bóers (donde recibió una herida de la cual se resintió toda su vida). En 1910, Lawrence Oates solicitó participar en una expedición británica, la de Robert Falcon Scott, para alcanzar el centro de la Antártida (de cuya historia hablaremos en otro momento). Shackleton había estado bloqueado recientemente en los mares de hielo antárticos y Amundsen se proponía la misma misión que Scott, por lo que el tiempo apremiaba realmente. El espíritu de Lawrence Oates puede apreciarse en unas líneas que escribió durante el periplo: “Myself, I dislike Scott intensely and would chuck the whole thing if it were not that we are a British expedition”. Al parecer, Scott y Oates no se aprobaban, pero todo fuera por la gloria de Inglaterra.
En enero de 1912, los cinco británicos llegan al centro mismo del Polo Sur. La bandera noruega ondea allí: Amundsen se nos ha adelantado. La decepción es increíble, unos hombres azotados por el escorbuto, el frío y la ira son el producto de una expedición mal organizada; Amundsen llevaba perros de tiro mientras que Scott había traído caballos de las estepas (que algunos confunden con ponies por su escasa estatura) que murieron de frío. Los británicos están en medio de la nada, con una bandera que idolatran y deben llevar de nuevo a Londres ante la mirada cabizbaja de millones de personas. Poco después del retorno, murió un compañero, quedaban cuatro, tres de ellos se negaban a dejar a Oates en el hielo, aunque este no podía siquiera andar; Oates seguía riñendo con su superior acerca de un depósito de víveres cercano que no lograban encontrar en ruta (Oates estaba en lo cierto, Scott equivocado). Finalmente, el día de su 32º cumpleaños, Lawrence Oates calmaba a sus compañeros al salir de la tienda: “I am just going outside and may be some time”. Se sacrificó por unos compañeros que no lograron salir vivos de aquel infierno helado.

Del frío desolador y legendario pasamos al fuego abrasador. Una historia no menos importante, más reciente y mediática, más olvidada si cabe. Se trata de David Purley, otro inglés nacido el 26 de junio de 1945, bien educado y por supuesto con participación en el ejército, durante una insurgencia en 1960 disparó su primer fusil, y se tiene constancia de méritos y reconocimientos más allá de las palabras, es decir, le condecoraron con la medalla al valor. Poco después abandona el ejército por su sueño, ser piloto de fórmula uno, la máxima categoría que alcanza tras años de entrenamientos. Era el Gran Premio de Holanda, Purley ya había debutado con pocas perspectivas y peores impresiones, partía desde el 21º del puesto de parrilla. Arranca la carrera, su amigo Roger Williamson está protagonizando una recuperación encomiable, la cuarta mejor vuelta y etcétera. En la curva rápida un neumático de Williamson pincha y este pierde el control del bólido; durante más de doscientos metros se prolonga el inevitable accidente, quedando en una posición peligrosa, boca abajo y con el depósito de combustible con fugas, el coche está sentenciado. Purley lo ha visto todo desde su propio fórmula uno, detiene su bólido fuera de la pista, en el césped y ¡cruza la carretera! Recordemos que es la curva más rápida del circuito, y no es un momento en blanco, Purley ¡esquiva los bólidos de otros corredores! Las cámaras siguen al temerario, está tratando de darle la vuelta a un coche volcado. Desde dentro, la acción es frenética: Williamson está atrapado, necesita ayuda y Purley está solo (los comentaristas mientras tanto creen que Purley ha tenido el accidente y ha resultado indemne). El coche comienza a arder. Williamson lo sabe: ¡Sácame de aquí David, por el amor de Dios, sácame de aquí! (palabras textuales, esta vez sí). Durante tres minutos, el coche arde levemente. Los comisarios contemplan el espectáculo a un lado. Purley arrebata un extintor de las manos de un atónito comisario e intenta apagar el fuego frenéticamente. El público también lo sabe, gritan como locos, incluso intentan asaltar la pista para ayudar a Purley, pero los cuerpos de seguridad impiden el acceso a los enfervorizados aficionados. Williamson sigue implorándole a Purley que lo saque de allí. Los bomberos están en camino. El fuego se aviva (por defectos técnicos de los bólidos de la época) y se convierte en una falla. Durante cuatro vueltas, el coche de Williamson arde como una antorcha, es una auténtica bola de fuego, pero Purley sigue oyendo a su amigo gritar y él trata de ayudarlo extintor en mano, como puede. Williamson se quema vivo, deja gritar. Purley, desesperado, con lágrimas en los ojos, tira el extintor, se echa las manos a la cara y llora desconsoladamente ante el mundo. Los comisarios intentan consolar a David Purley, este llega a abofetear al primero que se le acerca, es lógico. Purley termina sentado en el suelo, viendo entre llantos como el camión de bomberos apaga el fuego, se cubre con un manto blanco el bólido y posteriormente se voltea. ¡LA CARRERA SIGUE! Es impresionante que ante tal catástrofe, nadie para la carrera, las medidas de seguridad sólo impiden la ayuda a los participantes de un deporte muchas veces mortal. Purley fue entrevistado años después sobre el suceso, está pasmado y recuerda los momentos: “No me explicaba que estaba pasando… yo simplemente vi que Roger sufrió un accidente y fui a ayudarlo… en la guerra era así, si alguien quedaba atrapado en un tanque se le sacaba de allí como fuera… nadie hizo nada por Roger” (palabras casi textuales). Purley fue condecorado como civil dieciséis veces por este acto irreflexivo, pero no fue suficiente, “no pude votearlo” decía agazapado tras el accidente. David Purley murió en 1985 en un accidente aéreo.


Estas tres historias, espero hayan convencido al lector de que el héroe no siempre lleva una pistola en la mano, o un cuchillo (el piolet de Mallory fue encontrado anclado en el segundo escalón de la arista noreste, al parecer había dejado las marcas de sus dedos en un vano intento de aferrarse a la pared en su caída). El héroe va por dentro y por fuera y siempre se manifiesta en los peores momentos, los momentos en que se precisa su ayuda. Algunos se sentirán identificados, otros decepcionados (quizás esperaban que todos los héroes fuesen españoles). Espero que tras esta liviana lectura vuelvan al principio, lean el primer párrafo y esbocen una escueta sonrisa. Mallory, Oates y Purley, ese espíritu, ¿se ha perdido? Desde luego, puedo afirmar que ya no somos los mismos de hace cien años, o cincuenta, o diez. Espero que este artículo de prensa amarilla sirva de estímulo para aquellos que lo necesiten, no hablo de valor sino de memoria, auténtica memoria histórica que no debe olvidarse de episodios tan escasos hoy día. Aunque el símil no sea comparable, espero que un tal Vicente le enseñe esta brevísima reseña a veintitrés amigos, para que mañana estos tres héroes les den aliento para hacer historia, su historia, nuestra historia.


Un saludo.

lunes, 5 de julio de 2010

Declaración de intenciones

Estimados bloggers,

Hola a todos. Les doy la bienvenida cordialmente al Mar Océano, y les invito a seguir navegando en las próximas entradas. Primero de todo, ¿por qué Mar Océano? Océano fue una manifestación mítica helena del río que circundaba el mundo griego, desde la etapa más arcaica hasta el helenismo. Fue el nombre que en la Edad Media se le dio al Océano Atlántico, que evolucionó a la documentación española como Mar Océana, siendo la terminación masculina y femenina indistintamente, si bien es más común encontrarla con la primera del abecedario. Era un mar de monstruos, de misterios y donde se acababa el mundo, se caía al vacío. Es decir, era la frontera del mundo, desde la Antigüedad al siglo XV. Yo quiero prolongar esa frontera hasta hoy día, esa frontera de desconocimiento, tornarla en conocimiento, no sólo de Historia, de todas las ciencias fronterizas, relacionadas en mayor y menor medida. He sabido de otro blog de similar nombre, y he querido establecer una diferencia entre ambas páginas, sin ánimo de copia u ofensa.
El Blog del Mar Océano está dirigido (por el momento) por una sola persona, por lo que es un blog personal, de manera que cada artículo estará supeditada a mí, en todas sus formas. Este blog pretende desvincularse de toda tendencia política, así como de cualquier otra materia que pueda comprometer al susodicho blog y sus participantes. No se tolerarán injurias, improperios ni salidas de tono de cualquier tipo. Este blog es democrático (en teoría), por lo que se calibrará cualquier sugerencia de mejora. Ruego perdonen ufanos alardes de erudición, es algo que no controlo a edades tempranas y que pretendo remediar.
Por último, nuestro blog ha sido creado para el conocimiento común, para hacer llegar a todos las historias más curiosas, impresionantes, heróicas, antiguas, recientes, largas, cortas, subjetivas y humanas (entre otros). Es por tanto un ejercicio comunitario y que necesita de la presencia, ya sea pasiva o activa (mejor) de todos los interesados para su supervivencia. Os invito (y permitidme tutearos) a formar parte del proyecto, a todas las personas, cualquiera que sea su condición y circunstancia; mi finalidad última es, por tanto, haceros disfrutar mediante las letras y las ciencias.
That's all friends! May the force be with you.
Un saludo.